jueves, 22 de enero de 2015

Ángel.

Y allí estaba, en la estación.
Se llamaba Ángel,
creo que no puede llamarse de otra manera
y si así fuera, seguiría siendo Ángel.

Ángel me encontró,
o es posible,que yo le encontrara a el
junto al granizo deslumbrante de la mañana.
Pedía monedas, o mejor dicho: Esperanza.
Y yo se la ofrecí junto con un cigarillo.

En su mirada tostada de azul,
volví a ver el océano,
volví a ver mi infancia,
aquella, que casi olvidada
me abrazó alegre y nostálgica.
Sus ojos eran mi cuna, mi casa,
y es triste, porque al igual que el humo
el recuerdo permanece, pero se esfuma,
como aquel beso adolescente,
o aquel poema que te roba la luna.
Pero Ángel no parpadeo,
sus ojos saben llevarme a casa
aunque él, no lo sepa.

Su boca estaba asfixiada de ceniza,
parecía buscar algo de perdón
en personas anónimas que se cruzaban.
Ángel no habla, Ángel recita el esqueleto
de una lágrima que no sabe nacer.
Mientras recita, un gorrión vuela,
una gota de lluvia limpia la carretera,
las nubes transparentan una pequeña luz,
y yo, sin saber muy bien por qué
comienzo a crecer acompañado
de su arrugada y tenue voz.

Ángel viste el ropaje del Otoño,
en su abrigo cabe el cielo y la noche
con él, recoge las huellas de los años
y los forja en ojeras de color marfil.
Su ropa es vieja, hace viajes de cartón.
Su atuendo refleja la melancolía,
la suya y la mía, en ella vi
la pobre sonrisa de la pobreza,
aquella que, cansada ya, intentó
reforestar los campos de España.
No, Ángel no lleva corbata, pero
viste el uniforme del rocío.

Y allí estaba, en la estación,
Ángel busca el paisaje.
Intenta abrazar las colinas
y nutrir de espuma el horizonte.
Ángel sonríe y recita con acordes de amapola.
Es triste, vive en el infinito escarlata,
en la fuente donde beben los poetas,
en las legañas de la oscura noche,
en tu vaso de vino y en el mío,
y, sobretodo vive en la jaula de la libertad.
Estaba en la estación,
si algún día lo encuentras
párate y en el silencio
escucha su poesía,

está escrita con la pluma de las farolas.

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