Antes
de llegar, ya era místico, ya era magia y naturaleza envuelta en
cielo. Al llegar, toda idea quedó aislada, solo eramos nosotros,
solo importaba la playa rocosa y su aroma celeste. Hay una torre,
yo...desconozco su nombre, se que divide la costa y más que la
costa, divide el sentido. El cielo ya es oscuro, es hora de bajar a
aquella playa rocosa y sentir su aroma celeste.
La
arena es húmeda, y la marea aún no ha empezado a bajar, tal vez,
nunca lo haga. Sí, echo en falta la marea atlántica que bajaba a
media noche y permitía pasear por donde el océano enamora a la sal,
esa marea es mi infancia, es mi sangre, y esta noche, aunque este
lejos, la recuerdo. Los cantiles son paredes y a la vez camino, sus
formas desiguales e imperfectas hacen que sean preciosos, frente a
ellos esta el mar, al igual que el cielo, oleado y oscuro, y aquellos
cabezos náufragos, tan cercanos y tan inalcanzables, como la luna a
veces, esos cabezos me oyen, respiran y gimen en silencio, tan
cercanos e inalcanzables...Todo a nuestro alrededor es naturaleza, me
permito llamarla belleza. Oye, escucha, observa, siente como la ola
rompe y la espuma acaricia, sin descanso, una y otra vez, haciendo
que las rocas lloren. La marea, cansada y molesta empieza a subir con
fuerza, atrapándonos y encerrándonos en su terreno, en su arena, en
su caverna, que generosa, nos regala refugio.
Una
caverna sin importancia, de momento no la tiene, fue el tiempo que
pasamos allí, en nuestra caverna, el que hizo que nuestra “casa”
fuera tan importante, rodeada de una hilera cañada que nos sirve
como entrada, aunque por esa hilera, no solo pasaba el aire, o por lo
menos para mí. En nuestro refugio, tan poderoso y amigable, nos
sentimos neandertales, aquellos que día a día, se refugiaban en
cuevas y disfrutaban de la naturaleza real y pura, de paisajes
rellenos de sabor limpio. Me apena y me enfurece no poder percibir
las imágenes que llegaron a ver el ojo de aquella civilización,
pero esa noche, por unas horas percibimos, al menos, un escaso vital
de ellos. Tras decorar, acomodar y conocer nuestro refugio, fue hora
de tumbarse y sentir ese parpadeo constante.
El
cielo está tostado, nadie lo puede destostar, no me acompaña la
luna, por primera vez no la echo de menos, nos saludan las estrellas,
bailan felices en la noche, decorando la bóveda oscura, algo nos
dicen pero nadie sabe el qué, hablan mientras parpadean y gritan a
la vez que explotan, lanzan mensajes fugaces con estelas coloridas,
adoptan posturas y formas, siguen danzando en compañía de los
acordes del viento...todas al mismo son, es tan difícil no soltar
una lágrima, solo podemos estar en silencio y seguir escuchando el
lenguaje sordo de ese cielo, ese cielo, tan precioso y brillante pero
a la vez vulnerable, maldita sea la luz artificial, malditas todas
las faroles y luces que recorren carreteras y edificios, dejadme a
solas en mi tiniebla, con mis amigos, mis estrellas y mi caverna, no
hace falta nada ni nadie más.
Es
cierto, por esa hilera cañada pasaba más que el aire, somos tres,
pero yo siento a alguien más, el frío recorre mi pecho y aún
habiendo oxígeno, me cuesta respirar. Mientras, la cámara sigue
captando fotografías. Se apodera de mi una imagen, una imagen que se
ha fotografiado, pero está al otro lado de la playa, al otro lado de
la torre que aún desconocida para mí, divide la costa. Debo ir, me
dirijo a contemplar la escena, esa que se ha apoderado de mi junto a
la presencia invisible. He llegado, la imagen es tal y como yo la
imaginaba, pero hay algo más...no se que es, pero estoy
desprotegido, solo frente al oleaje, ¿sólo? No, la presencia
misteriosa esta cada vez más cerca, a mi lado. Al volver, asustado,
la caverna me eriza el bello, hay una hoguera, que, apagada tiene mas
fuerza. Mis amigos no me entienden, tampoco me importa, esa persona
invisible está conmigo, no con ellos. Por fin conozco esa torre,
(anónima hasta ahora) Torre de la sal. Busco algo más detallado, no
basta con el nombre de la torre, ya que, esa persona me atormenta y
no la conozco. Ahora todo cobra sentido, meses antes, un turista
había muerto ahogado en el mismo sitio donde nos situábamos en la
noche, no se si será casualidad, pero el sitio exacto de la muerte
fue aquel que momentos antes, se apodero de mi. Era hora de encender
la hoguera, y mientras el fuego nacía y ganaba contraste y tamaño,
se despedían las cenizas sobrantes, y con ellas, la presencia que no
se separaba de mí hasta ese momento.
Se
acercaba el amanecer, derrotado, acabo durmiendo no más de hora y
media y despertándome pocos minutos después del bautizo del
amanecer. Tras visualizar junto a mis amigos el plano claro del sol
que derretía nuestro ojo seco, debíamos marchar, sin antes hacer
unas últimas fotos y brindar homenaje a aquella presencia que me
había estado acompañando durante unas horas. Ahora sí, es hora de
marchar...y como dijo un sabio: “No nos vamos en mal momento, es
momento de irse”.
Dedicado:
A los dos amigos que me acompañaron y yo acompañé a tener esta
noche tan intensa y agradable, gracias por hacer de esto, algo
inolvidable. A toda naturaleza poderosa que ya sin mucha fuerza,
decora nuestro mundo de felicidad y hermosura como ella solo lo sabe
hacer. A la tierra que me vio nacer, que aún sin ser patriota, me
hizo sentir melancolía al recordarla. A toda esa civilización
antigua que respetaba y amaba la belleza natural sin herirla, os
envidio. A Van Gogh y su obra “La noche estrellada” por fin
entiendo su significado y su tono azul. Dedicado sobre todo a aquel
turista que murió de noche en el mismo lugar donde estuvimos, que en
paz descanses compañero.
Calma
la sed el agua
brindan estrellas y espuma.
Es el mas nuestro refugio.
brindan estrellas y espuma.
Es el mas nuestro refugio.
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